El Presente. Tercer Éxodo

Desnuda frente al mar, en el balcón de la que ya no es su casa. Reconociéndose en ese otro nombre: Idamanda. Aleteando contra el dédalo de los arrecifes, sobre el fragor del oleaje habanero. Ardiendo en el deseo de quienes la contemplan desde el malecón, allá abajo, boquiabiertos, tirando sus bicicletas, chiquillos persignándose erotizados. Celebrando, incrédulos, su desnudez implacable.

Lágrimas de alegría. Aquellos ojos nuevos. La luz que en sus ojos arde. Richard y ella posteando en sus recuerdos, fluyendo a través de una blogosfera atestada de troles, defendiendo con uñas y dientes Iconoclastia, la autopista cibernética, el Recinto de los Estrados, desde el que un día el Reducto predijera la degeneración de la capital cubana. 

El salitre en sus ojos. Chicago —Playa Hedónica en Chicago— en su memoria. La ciudad de los vientos hecha espuma en este recodo del Caribe desplazado ya, sin que Idamanda haya caído completamente en la cuenta, por el Hecho Thamacun.

Pero, ¿qué era Richard del Monte sino una extensión de ella misma? ¿Por qué La Habana ya no era lo que había sido alguna vez, lo que fuera en sus recuerdos, en su piel, en sus tacones? ¿Cómo contener el avance puntoCON en el radio de una capital desconectada, donde la palabra “Internet” apenas si podía considerarse una broma de mal gusto? ¿Qué obstáculos aguardaban más allá de la insistencia con que Torofijo, el Anónimo Estresado y tantos otros ultranacionalistas de opereta pretendían desvirtuar el Gran Salto Adelante? ¿Qué obstáculos, en fin, cabía superar para sostener Erótica, donde las piaras abonaban la arena del deseo desde la que florecía La Playa? Se penetró levemente, con el índice de la mano derecha, y enseguida se llevó el dedo a la nariz. No reconocía el olor de su sexo.

Olía a él (allá abajo, la chiquillada rugía). La niña era él. El Hecho en la sangre, Hedónica alterando definitivamente las reglas del juego.

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