Malver Adenauer, “El pirata de la mano de hierro”, había
arribado al Reducto en la primavera de 1669, cuando un tercio de la armada
española peinó tras su rastro la periferia de las Islas Tortugas. Amaba a los
cerdos. Veneraba una iconografía porcina en la que el hecho de flotar en las
márgenes, regurgitando el esquizofrénico fluir de las ideas, adquiría forma,
sentido e identidad. No es que le interesara particularmente esto último
—Malver abordaba la identidad como abordaría un ropero—, pero indudablemente
disfrutaba, con creciente frecuencia, el “discreto encanto” de la transgresión.
El cerdo mismo podía ser el diablo. El cerdo fornicando. La cadencia de las caderas del cerdo —la idea misma de las caderas del cerdo— desmoronándose en la densidad del espasmo seminal. El semen del cerdo podía ser el diablo. Un ángel caído, las alas cortadas, súbitamente evanescente. El rosa de la abominación.
La nación escarmentada en la imagen.
Cuando en 1669 Malver Adenauer fundó Thamacun, había
abandonado en su huida numerosas inseguridades. Ya sabía, por ejemplo, dónde se
iba a morir. Y por qué. La Quinta Ley de la Cofradía comenzaba a ser un
recuerdo brumoso, progresivamente inconsistente a medida que circunvalaba el
islote. Lo acompañaban su mujer, dos hijas y varios de sus seguidores más
leales. Hacia el sureste, los españoles sodomizaban las islas. Hacia el
noroeste aún quedaba tierra por conquistar, lo que después sería Estados
Unidos*.
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* “El diablo son las cosas”, frase de uso común en Cuba y
otros países de habla española, se populariza, según numerosos historiadores,
tras la fundación de Thamacun. Así, “eres el diablo” o “se le metió el diablo
en el cuerpo” constituyen recreaciones de esta frase fundacional, con la que
Malver Adenauer relacionó para siempre al Cerdo y, consecuentemente, oficializó
una estética thamacunesa precursora del hedonismo práctico. “El diablo son las
cosas”. “El Cerdo es del diablo”. “Qué diablo más cerdo”.
* Tierra de promisión que, varios siglos después de fundado
Thamacun, Richard del Monte recorrería con el objetivo de repoblar Playa
Hedónica, en momentos en que Internet comenzaba a revelarse como la gran
comunidad virtual, fragmentada en sucesivas comunidades, que es actualmente. Es
en Estados Unidos, en 1996, que la historia de Cumberland pega un giro
decisivo, gracias fundamentalmente al hallazgo por antonomasia de Del Monte:
Idamanda Rosael.
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