El Pasado. Los próceres


En toda ciudad hay un momento en el que sientes que puedes
corromperte. Es el momento de emigrar (hacia Miami)

Entre los próceres de la desmitificación y, en general, el estamento culturalmente asentado de Thamacun, la idea de que los próceres de la sentencia representaban el antiguo orden estaba bastante extendida. Unos perfectos desconocidos —buena parte de las veces—, sin ascendiente alguno sobre la población ni otro rasgo distintivo que su, a ratos, insistente capacidad para el aforismo, habían disfrutado durante décadas del reconocimiento, o por lo menos la aceptación, de la inmensa mayoría de los thamacuneses (consideraban). No dejaba de ser, cuando menos, un fenómeno curioso.


Un fenómeno que se consolidaría paulatinamente en el islote, hasta caracterizar, convertido en tradición, el itinerario de Cumberland*.

La primera sesión del Cónclave de las Sentencias data de 1863, aunque algunos sostienen que todo comenzó en el verano de 1866. Un grupo de delegados razonables propuso a Guido Cementera, entonces encargado de Relaciones Públicas de Thamacun —con los ingleses en el gobierno, estos cargos eran meramente representativos—, instaurar una suerte de mesa redonda oratoria que, estructurada en torno al sentimiento cultural predominante, tradujera en palabras el Hecho Thamacun. Las sesiones se celebrarían cíclicamente, cada tres años. Antes, un proceso de primarias separaría la paja del trigo.

En 1866 el voto popular dedujo tres sentencias ganadoras:

• Haber llegado a la cima, significa tener que volar (Augusto Drury).
• Cuando el destino sonríe, no le puedes pedir la carcajada (Jeremías de los Reyes)
• En toda ciudad hay un momento en el que sientes que puedes, o debes, corromperte. Es el momento de emigrar (Bartolomé Caspar).

La segunda sentencia ganadora provocó lo que se conoce en el argot thamacunés como un “debate interior de referencia”. Durante años, incluso décadas, numerosos próceres, delegados y cronistas comentarían críticamente el aforismo. ¿No le puedes pedir la carcajada? ¿No era acaso Thamacun un punto de partida hacia lo inimaginable? ¿No ofrecía el Gran Salto Adelante suficiente espacio para la realización interior? ¿El destino no era uno mismo? Y un siglo más tarde: ¿Uno mismo no era el todo, y la esencia, de Hedónica?

¿No constituía la propia Cumberland una revolucionaria, y fertilizante, carcajada?

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* En la actualidad en Internet, el espacio por definición de El Hecho, la tradición de los próceres de la sentencia ha alcanzado, parafraseando a José Lezama Lima, su definición mejor. Transgresor, por ejemplo, ha sido el aforismo de Rosael (Idamanda): “Yo soy la mujer de mi marido, y mi marido es mi mujer”.

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