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Megan (a la derecha) en un grabado de época durante sus días como oficial imperial |
Hacia 1762, Beatriz de Eugenia habitaba una Habana eminentemente portuaria y, por lo mismo, desproporcionadamente masculina. La toma de la ciudad por los ingleses acentuaría esta última peculiaridad. Un número indeterminado pero sustancial de prostitutas remediaba como buenamente podía este inconveniente, manteniendo a buen recaudo los apetitos de forasteros y lugareños. En este contexto concurre el encuentro seminal de Thamacun: la marquesa conoce a Richard Megan, oficial británico con mando en plaza, y los acontecimientos que desembocan en Erótica confluyen hacia el futuro.
Antes de conocer a Megan la marquesa había sido profundamente infeliz. Casada apenas rebasada la adolescencia con el marqués Florencio de Eugenia —un acaudalado cincuentón de origen mediterráneo—, a sus veintitrés años había alcanzado la resignación de oficio propia de las mujeres comprometidas por decreto. Pero fue ver a Megan, fue ver Megan a Eugenia, y la resignación de oficio desapareció sin dejar rastro. La súbita pareja, luego de una serie de vertiginosos encuentros amorosos, dejó atrás la clandestinidad del adulterio para instalarse, alborozada, en la clandestinidad de la fuga perpetua.
El británico y la cubana desaparecieron juntos la víspera del regreso del marqués de Eugenia, quien previamente había emprendido un viaje de negocios. Megan, el oficial ajedrecista, tenía un oscuro futuro profesional por delante. Beatriz, la infiel, debía enfrentar —o eludir— los rigores de una sociedad retrógrada, minuciosamente machista. Los ingleses, entretanto, abandonaban La Habana. Todo apuntaba hacia La Refundación.
Un nuevo y revolucionario burdel abría sus puertas. Lo llamaron La Casa del Cerdo.
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