El Pasado. Los próceres

El Grandfather en una foto de archivo
Entre los próceres de la sentencia, en una época en que el Cónclave vivía su “período multiorgásmico” —denominación propiciada por Emenegildo Evans—, la insobornable parquedad de Atendimiento Mutuo, “El Estudiante”, no fue bien recibida. Célebre en Thamacun por extenderse en silencios seminales, adornados por ocasionales asentimientos, Mutuo insistía en que debía a su abuelo materno el conocimiento de la razón afrodisiaca. “Mientras más se habla menos se aprende”, persistían en la distancia las palabras del Grandfather, convenientemente reordenadas por la sedosa hedónica de los susurros de Atendimiento.

“Debía estudiarse la relación entre la locuacidad del sentencioso, o del cronista inclusive, y la relevancia de su oratoria. Va y descubrimos detalles reveladores”, amenizaba, sardónico, el prócer ajedrecista (único de la desmitificación capaz de musicalizar, durante tres noches seguidas, la ardiente prosopopeya del Cónclave de las Sentencias).

“En boca cerrada no entran moscas”, había dicho el Grandfather.  No “en boca cerrada entran conocimientos” (aforismo de Mutuo propiamente) sino “en boca cerrada no entran moscas”. Gracias a la intrascendencia del abuelo de Atendimiento —reconocería, emocionada, Mónica Medler—, Mutuo consiguió cerrar, para todos nosotros, “la polémica de los enroques” (según la cual la oposición entre próceres de la desmitificación y de la sentencia podía hacerse cíclica, y era desde todo punto de vista inevitable): “Estudio, luego saco conclusiones, luego acumulo conocimiento” se convertiría, de un día para otro, en el artículo por antonomasia del Segundo Éxodo.

“Mientras más se habla menos se aprende” (“en boca cerrada entran conocimientos”), repetiría durante tres días con sus noches, a ritmo de conga, el más ajedrecístico de los cónclaves de la segunda mitad del siglo XX.

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